El desayuno estaba preparado y olía a café, bueno, eso creía, pero no era café, eran cereales malteados y las típicas galletas tostadas que mi madre sacaba de la lata todas las mañanas, en vano, porque nadie las comía. El desayuno era la primera lucha diaria, en mi familia no había forma de desayunar como es debido, craso error, ya lo sé, pero nos levantábamos con el tiempo justo para no perder el autobús, que venía cargado de colegiales, mochila al hombro y con pinta de no tener ninguna gana de oír la campana del patio, de hacer la fila perfectamente alineada y de entrar en silencio, porque no se permitía hablar en voz alta en los pasillos.
Supongo que a muchos todo esto os sonará y para otros estará más que pasado de moda, pero no puedo evitar rememorar escenas de aquellos tiempos, los recuerdos son fotografías grabadas en el corazón y parece que solo nos quedamos con los buenos eliminando los malos.
Las primaveras burgalesas no suelen hacen alarde de buen tiempo, pero su clima ayuda a fomentar aún más el verde de los jardines y parques. Me encantaba el que tenía la casa donde me crié. Había infinidad de plantas; un redondo y cuidado seto de florecillas blancas rodeando cuatro rosales, que por cierto, las rosas parecían de terciopelo cuando brotaban en los primeros días de junio, conservando un tímido aroma hasta bien entrado el verano. Los primeros en salir eran los lirios morados, esos que ahora veo a lo lejos cuando voy por la carretera, las frondosas peonías de un color rojo intenso y los alegres pensamientos, que dicen que son las flores del recuerdo, también conocidos por "no me olvides".
Después las caléndulas, dalias, petunias, gladiolos y sobre todo las lilas, mis preferidas, todo una paleta de colores que para mí eran una sensación de bienestar que los años no han podido borrar. Aquello se llamaba libertad, yo lo llamaba libertad. A veces, si cierro los ojos, siento el confortable calor de un sol tibio rodeado de nubes deshilachadas, el mismo de aquellos días de abril. Entonces pienso que estoy rebobinando la película de mi vida.
Sí, lo sé, siempre estoy recordando... pero es que la madurez llama a la puerta demasiado pronto y sin permiso alguno se presenta dejando atrás una larga estela de vivencias irrepetibles.
Cuando las cicatrices que va dejando la vida han surcado el corazón y ya hay menos brillo en los ojos, ponemos en marcha la memoria y comenzamos a buscar aquel momento que un día nos hizo felices, y es entonces cuando echamos en falta acariciar una simple flor, mordisquear una manzana, recorrer los caminos por donde fuimos aprendiendo de cada olor, cada textura, cada imagen y cada soplo de brisa.
Dicen que soy una soñadora
sí, pero no soy la única
yo solo quisiera volar
entrar despacio en los sueños
danzar con espejismos
dormir en caracolas
pintar arco iris
y beber el rocío de una hoja.
Cepillar unicornios
jugar dentro de una ola
probar el sabor de las estrellas
ahogarme en lágrimas de hadas
beber el infinito,
beber el infinito,
recolectar sonrisas
y sumergirme en un suspiro
bajo un claro de luna.
Ventana de abril, con aroma a lilas y sabor a leche malteada.
Ventana en la que ahora me asomo y solo un arbolito rosa me saluda.