Por fin hemos tenido unos días de lluvia en todo el país, después de meses sin caer una mísera gota de agua. Ya hacía falta. Los paraguas estaban pidiendo a gritos salir de su rincón y en los armarios la ropa de abrigo comienza a ocupar su habitual espacio. Los días de lluvia marcan un ritmo diferente de vida y nos hacen pasar por momentos bastante incómodos en cuanto a tráfico se refiere y especiales al caminar entre charcos y esquivando gente que lleva el paraguas a la altura de las setas. No entiendo el revuelo que se forma cuando caen cuatro gotas, el agua es vida, la lluvia es vida.
La lluvia es el llanto del cielo, sus gotas llevan consigo una sana mezcla de melancolía y nostalgia. A qué huele la lluvia?, pues a ese inconfundible aroma que lo generan las propias plantas, las bacterias que están arraigadas en la tierra y en el suelo. Y a qué sabe la lluvia?, a madera mojada, a hojas secas, a lágrimas de árbol.
Sin embargo atendiendo a los factores climatológicos, se puede afirmar que la lluvia y la falta de luz tienen efectos negativos en el estado de ánimo. En los países o zonas demasiado lluviosas, el número de depresiones aumenta considerablemente en relación a otros en los que predomina el sol. Pero por otra parte, físicamente el agua nos aporta salud ya que es beneficiosa para la piel como para las vías respiratorias.
A mal tiempo, buena cara!. Así que cuando llueva, coge tus botas y chubasquero y sal a pasear, un día de lluvia es el mejor hidratante que hay y además es gratis.
Hay muchas formas de lluvia, sí, varias, la lluvia de estrellas, las Perseidas o "lágrimas de S. Lorenzo". La lluvia de corazones, para que nunca dejemos de decir te quiero. Lluvia de abrazos, que recorren el mundo llenando vacíos, regalando sueños. Lluvia de sonrisas, que cambian los días grises por un sinfín de luces de colores. Lluvia de deseos, llena de gotas de suerte. Lluvia de aplausos, para los que triunfan en el gran teatro de la vida.
Y lluvia de bendiciones, para todos vosotros.