Fría noche de enero, solitarias calles en las que el brillo de la escarcha anuncia un amanecer helado. Veo el techo de los coches cubierto con una boina mojada y aún queda alguna luz tenue en las casas. Tengo derecho a quedarme despierta hasta altas horas de la madrugada, nadie va a marcarme el tiempo de sueño, a nadie le importa si duermo o vigilo, entre otras cosas porque prefiero disfrutar de este callado silencio en el que todo parece detenerse. La noche me embriaga en sueños imposibles, pasear por mi mundo interior evadiéndome del mundo real es un lujo cuando el vaivén diario no te permite una pausa. El cuerpo se relaja si el alma se serena y eso lo sabemos todos aunque a menudo se nos olvide.
Tampoco importa que me llamen soñadora, la experiencia me ha demostrado que soñar despierto es positivo y necesario, la memoria mejora y la empatía es más fuerte, beneficia la creatividad y ayuda a ser más eficiente. Soñar que consigues tus metas no hará que éstas se logren, sin embargo, te prepara para caminar hacia ellas.
Pero... qué metas, ¿existen de verdad metas en la madurez de la vida? lo que íbamos a ser, ya lo somos y lo que no íbamos a ser, ya no lo fuimos… ni lo seremos. En mis sueños veo este tranquilo período de transición, este suave equinoccio, como una etapa en la cual el barco ha dejado de navegar en el abierto y tormentoso océano y entra en la seguridad placentera de una grande y tranquila bahía.
Estamos en invierno y a estas horas siento escalofríos y destemplanza.
Hace frío y me arropo con las sombras doblando el manto de la noche y temblando coloco mi corazón al lado de la luna. Una luna cansada ya de ser el amor de todos, velada por la niebla, pero que entre la oscuridad sigue gustándole que le dediquen odas y elegías. Mis sentimientos se estremecen clamando el ardor de las estrellas y mi alma se congela si pienso en la muerte. No, no quiero pensar en ella aunque a veces sea inevitable, me niego a creer que desaparecemos como vulgar materia y que todo se acaba, solo me hace falta mirar al cielo y buscar una estrella que sea diferente, quizá alguien en estos momentos esté dando una pincelada más brillante antes de que el amanecer helado vuelva y con él también mis sueños.
Fría noche de enero, demasiado fría.