Caras desconocidas, seres extraños que se posan en el suelo como la prole de loros que está invadiendo muchas zonas verdes. Mejor pasar desapercibida que da sensación de libertad, solo el abuelillo del banco me ha reconocido, siempre viene a tomarse la tensión arterial -"Está hecho un chaval, como siempre. Gracias señorita-". Señorita... suena bien esa palabra, tiempo ha que no la oigo y suena a juventud divina. Juventud que pasa a la velocidad del sonido, sin darnos cuenta de que el tiempo es el único ladrón que nos la puede robar.
Sigo paseando sola y feliz, sin las prisas de siempre, sin mirar el reloj. Alguien está regando un macizo de flores, son hermosas pero parece que lloran con las gotas de agua. No lo parece, es que están llorando, pero por qué? si aunque estén mustias, siguen subiendo el ánimo con tan solo sentir su presencia y nos aumentan la cantidad de endorfinas, las hormonas de la felicidad. Pero es que ellas no lo saben... Algunas nacen en el estiércol y sin embargo son puras y perfumadas. Extraen del abono maloliente todo aquello que les es útil y saludable y no permiten que lo agrio de la tierra manche la frescura de sus pétalos. Eso se llama habilidad.
Sigo con mi paseo y ahora me fijo en un grupo de escolares que están saliendo de clase. Hay un colegio cerca donde empezaron mis hijas. Algunos arrastran un carrito con el material dentro, dicen que algo ha mejorado el tema de llevar los libros, las mochilas cargadas a la espalda con gran peso han causado muchos problemas de espalda y hombros, el peso produce tracción y presión sobre la musculatura y las articulaciones, debido a la sobrecarga.
Pero según los expertos, las mochilas de ruedas que, cuando salieron al mercado parecían ser una alternativa más adecuada, tampoco son la solución más correcta dado que los niños tiran de ellas, produciendo así un aumento de la curva de atrás y provocando también lesiones de espalda. Entonces cuál es la solución, ¿llevar lo imprescindible, o dejar material en clase?... no siempre se puede ni es posible.
Está anocheciendo. Si entro a tomar un café me pierdo el espectáculo, así que compro uno de esos conocidos que los ponen cerrados con una pajita y los puedes ir tomando por el camino. Me refiero al espectáculo de las fuentes, me parecen preciosas, ahora además con luz y color. Me quedo un rato mirando cómo cambian, fuentes luminosas de LED que emiten luz de diferentes tonos. Habrá opiniones para todos los gustos pero creo que dan alegría a las plazas. Una ciudad si fuentes es una ciudad desnuda.
Sigo con el paseo. Madrid, como otras urbes, tiene barrios que casi no han cambiado, calles típicas llenas de tiendecitas que nada tienen que ver con las grandes cadenas y rincones por los que de repente huele a calamares fritos o a bollos recién horneados. Hay lugares que te trasportan al pasado, que trasmiten sonidos olvidados, y que todavía siguen ahí, los cafés retro, por ejemplo, que conservan la misma estructura, por ejemplo el Café Barbieri un café inaugurado el año 1902 situado en la calle Ave María. Todavía hoy podemos contemplar como fue hace más de cien años, con sus divanes rojos y las mesas de mármol, las molduras del techo, sus columnas, espejos en las paredes, un viejo piano, y la musa Erato que parece presidir desde la altura todo lo que allí sucede.
Suena música de los años sesenta y de los setenta y ¡viene de una gramola!, qué sorpresa, hacía muchísimo tiempo que no veía una funcionando. Muchos las habréis conocido y a los que no, os diré que en estos aparatos se podía escuchar la música que nos negaban en la propia discoteca familiar. Los discos no eran baratos y hacerse con ellos exigía medir muy bien las monedas que tuviéramos en el bolsillo; de hecho, preferíamos gastarnos el dinero en los elepés que en los sencillos, así que algunos temas de moda sólo salían a nuestro encuentro en los bares. De modo que pasar la tarde sentado delante de la gramola, pulsando ese numerito enigmático del disco, verlo luego moviéndose como por control remoto, encajando en la aguja mágicamente, reintegrándose luego a su lugar tras la primera escucha, era un placer que aquella generación disfrutaba y que yo conocí cuando quedaban muy pocas, las que lograron sobrevivir en las barras de los bares.
Un día cualquiera de febrero, cuando la sombra del recuerdo te persigue, cuando la única forma que tienes de liberarte de ella es pisar firme el terreno del presente, adaptándote a la época que te ha tocado vivir y girar a diario la rueda de la fortuna esperando disfrutarla con suerte y por encima de todo, con SALUD.
Vuelvo a casa.