¿Quién no ha sido alguna vez en su vida víctima del miedo?.... Desde la más tierna infancia hasta llegar a la vejez, el temor a lo desconocido e incluso a lo que ya conocemos, nos acompaña con todo el fenómeno de inseguridades que tal emoción proporciona. Porque miedo es sinónimo de inseguridad, siempre lo escucho en boca de mi amigo psiquíatra y cada vez estoy más convencida de que tiene razón; toda nuestra vida gira alrededor de nuevas situaciones y cada vez que nos enfrentamos a ellas nos sentimos inseguros, desprotegidos ante lo desconocido y por tanto la consecuencia es el miedo. El miedo es innato, es una forma de protección del cuerpo y del alma.
Cuando era niña y vivía en aquella casa enorme, no me gustaba subir al piso de arriba cuando comenzaba a anochecer, la oscuridad me hacía ver sombras y en mis oídos la madera crujía de una forma poco agradable. Recuerdo muchas veces las palabras de mi padre: "El miedo no existe, solo está en nuestra imaginación". Pues no, papá, claro que existe, junto con el amor, el odio, la ira o la tristeza, es una emoción que forma parte del ser humano, además solías contar aquel chiste del estudiante que pasando por una tumba, se paró a leer el epitafio:" Aquí yace quien nunca tembló"... y el estudiante sacando su bolígrafo escribió debajo:"Porque no se examinó"...
También soy uno de tantos niños que ha padecido lo que conocemos por Terrores Nocturnos, episodio que luego heredó mi hija mayor.
Durante estos episodios es habitual que el niño se siente bruscamente en la cama y comience a gritar y llorar con una expresión facial de terror y signos de intensa ansiedad. A diferencia de lo que sucede en las pesadillas, no suele despertarse fácilmente a pesar de los esfuerzos de otras personas que tratan de sacarlo del trance desagradable. Si finalmente se consigue, el niño se muestra confuso, desorientado durante unos minutos y con una cierta sensación de temor pero no tan acusado como en el caso de las pesadillas.
No hay recuerdo del sueño y si no se ha despertado totalmente vuelve a dormir inmediatamente sin recuerdo de lo sucedido al día siguiente. La prevalencia de los terrores nocturnos en población infantil es de 1-6%, siendo más frecuente en niños en edades comprendidas entre los 4 y 12 años, remitiendo espontáneamente durante la adolescencia. Los terrores nocturnos suelen aparecer en las fases 3 y 4 del sueño, normalmente en la primera mitad de la noche. Los niños con terrores nocturnos no presentan una mayor incidencia de trastornos mentales psicopatológicos que la población general, a diferencia de lo que se suele observar con población adulta. La tensión emocional y la fatiga parecen incrementar la aparición de estos episodios. Hechos traumáticos recientes (hospitalizaciones, separación de la madre, muerte de ser querido, etc.) son factores de riesgo que pueden desencadenar y mantener los episodios.
El miedo es una emoción que experimentamos cuando
consideramos que estamos corriendo o que vamos a correr un peligro, ya sea real o imaginario. Lo solemos vivir con una serie de sensaciones caracterizadas por proporcionarnos angustia y malestar. Cuando su presencia es muy notoria se nos encoge el estómago y enerva la piel, tensamos la musculatura, se aceleran nuestras constantes vitales y nuestra atención es
notablemente mayor, si bien dirigida hacia todo aquello que consideremos peligroso para nosotros. En suma, todo nuestro ser se prepara para afrontar el peligro que, sea real o imaginario, nuestra mente percibe.
Ante el miedo reaccionamos con dos conductas fundamentales: peleando contra aquello que nos provoca ese miedo o evitándolo. La pelea no tiene porqué ser una lucha física, puede tratarse de una lucha interior u otro tipo de comportamiento destinado a que desaparezca, a que no exista aquello que nos produce miedo.
Es una herramienta fundamental de las elegidas por la evolución para la supervivencia de muchas especies.
El miedo se manifiesta para protegernos de todos aquellos peligros que nuestra atención puede captar. Si nunca sintiéramos miedo no distinguiríamos muchos de los peligros que comporta el medio y nuestra
supervivencia no sería posible. Sin embargo, es posible vivir sin miedo en la edad adulta, de hecho es el objetivo de quienes siguen un camino de liberación interior: trascender los miedos y alcanzar la dicha y la felicidad que la mente despierta cataliza en su ausencia. Y es posible debido a que el individuo conoció e identificó los peligros del medio a lo largo de su vida y lo sigue haciendo, quedando aprehendidos de modo cognitivo aunque haya eliminado la emoción del miedo.
Aun siendo una herramienta fundamental para nuestra supervivencia, proporciona mucho sufrimiento en las vidas de las personas, en especial en aquellas cuyos miedos son totalmente desproporcionados, condicionando y limitando sobremanera su existir. Creo que en otra entrada ya escribí sobre el tema de las Fobias, que hay una lista interminable de ellas: Fobia = miedo = obsesión.
El miedo provoca la aparición de las otras emociones que nos causan sufrimiento: el odio, la ira y la tristeza, procurándonos unas con otras un círculo vicioso del que resulta difícil salir.
Al contrario que la alegría, el miedo, en especial el miedo continuado, resulta poco saludable; tensa los músculos y nervios de nuestro organismo dificultando la fluidez de la sangre y sus nutrientes cuando dicha tensión es demasiado prolongada.
Socialmente tampoco resulta positivo; bajo su influencia tendemos a ser reservados y celosos de los demás, lo que suele ser recíproco. Condiciona nuestra visión de las cosas, al obligar a nuestra atención a dirigirse una y otra vez hacia todo aquello que considera un peligro para nosotros, privándonos de otros aspectos bellos y enriquecedores de la vida. El miedo nos hace sufrir, nos obsesiona.
Si pretendemos seguir un camino, un aprendizaje interior que nos descubra y nos libere del sufrimiento emocional, tendremos que trascender nuestros miedos. Para ello, para que el miedo no sea tal en nosotros, habremos de encararlo. Dado el sufrimiento que provoca el miedo, lo normal es que nos gustara que fuese de otro modo, que no hubiera que exponerse a él para superarlo. Hay muchas personas que tienen el peor de los miedos: el miedo al miedo, con lo que entran con facilidad en una espiral en la que sienten miedo al sentir miedo, lo cual les provoca aún más miedo, y así hasta sufrir la crisis de pánico. El mero hecho de hablarles de exponerse a sus miedos les provoca pavor; pero no se puede aprender algo sin conocerlo, sin observarlo con la debida atención tantas veces sea necesario para que nuestro organismo, nuestro ser en general, lo comprenda y lo trascienda.
Para aprender a superar nuestros miedos me permito recomendar dos libros “Del Pánico a la Alegría” o “Meditación Práctica, Aquí y Ahora”. Quizá puedan servir de ayuda.
Sabéis cuándo dejaremos de tener miedo? Cuando seamos realmente libres; es decir, cuando en lugar de buscar la seguridad de un papel, de una situación, de una relación, de una persona, de un bien, busquemos la inseguridad y aprendamos a quererla como parte de nosotros. Cuando aprendamos a manejarla .
Difícil cuestión.