Recuerdo finales de año muy divertidos, la mayoría con mucho frío, jugando a alcanzar los carámbanos que colgaban de los árboles, pisando la nieve que había caído el día treintaiuno mientras la luna correteaba entre las nubes, la lluvia jugaba a la comba en el camino, mi silueta se columpiaba entre arbustos y matorrales, el jadeo inflaba mis sienes al correr entre los charcos, el viento agrietaba mis párpados y mis rodillas se amoldaban en la escarcha. Una forma un tanto poética de despedir el año pero hermosa.
No creo en los milagros, creo en la fuerza de la mente y en la lucha por la supervivencia. Voy a contaros una historia que algunos ya conocen porque la publiqué en una ocasión y que de nuevo voy a sacar del baúl de los recuerdos en estas fechas. Una historia verdadera y hermosa que marcó los pocos años que tenía entonces. El nombre de su protagonista es ficticio como es lógico.
Miguel era un joven de diecisiete años que un día haciendo deporte en el colegio, cayó fulminado al suelo. Ingresó en el hospital aquejado de un accidente cerebrovascular grave y fue llevado directamente a la UCI entrando sin remisión en un coma profundo. No sé el tiempo exacto que llevaba en ese estado, cuando yo comencé mis prácticas en Cuidados Intensivos me dijeron que era el veterano más joven de allí y que ya sobrepasaba el año. Intubado y conectado a varias máquinas que mantenían sus constantes vitales, Miguel pasaba los días sin dar ninguna señal de mejoría. Ausente, con los ojos cerrados, pero vivo, su corazón y su cerebro seguían marcando el ritmo en los monitores. Todos los días me tocaba ocuparme de él, solía pronunciar su nombre varias veces y a ratos le hablaba, estaba segura de que me oía, aunque no obtenía ninguna señal yo sabía que me escuchaba. Está experimentado que en estado de coma el único sentido que prevalece es el del oído, y también el último que se pierde. Una mañana de finales de diciembre y después de tomarle las constantes vitales, me fijé que el suero se estaba terminando y fui al almacén para buscar uno nuevo. Volví con la botella tarareando bajito una canción propia de las fechas. Mientras colgaba el suero, miré con tristeza como tantas veces el rostro de aquel joven. De repente una lágrima resbaló por su mejilla, fue una señal que me impactó, quizá la única forma que tuvo Miguel de hacerme entender que escuchaba mi canción y a la vez el primer indicio de esperanza. Después de las vacaciones navideñas no volví a la UCI, me trasladaron a otro servicio, lo mismo que a Miguel. Me dijeron que había salido del coma y estaba ya en la planta de Neurología y aunque amenazaban inevitables secuelas, estaba consciente mejorando poco a poco. Nunca dije nada ni comenté el caso, pero si los milagros existen, Miguel desde luego fue uno de ellos. Me pregunto si habrá recordado alguna vez más aquel villancico, no importa, es algo que ocurrió hace tiempo y que fue importante y muy gratificante para mi en unas Navidades inolvidables.
FELIZ AÑO A TODOS .
"Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones." Juramento de Hipócrates.