Cuando se acercaba la Navidad, escribir y enviar tarjetas era una de nuestras primeras tareas de la temporada. Y digo era porque de todos es sabido que esta peculiar y a la vez bonita forma de felicitar ya se está perdiendo, aunque todavía Unicef sigue siendo fiel a su campaña por una buena causa, creo que solo algún nostálgico tradicionalista continua con la costumbre de enviar postales de felicitación a los amigos, familia y compromisos. Con el paso de los años muchas cosas van desapareciendo, las nuevas tecnologías relacionadas con nuestro entorno, están agilizando, optimizando y perfeccionando algunas actividades que realizamos en nuestro día a día buscando rapidez y comodidad, pero los que hemos vivido aquellos tiempos en los que el espíritu navideño estaba muy por encima del consumismo actual, esta tradición navideña por excelencia nos gustaba, a pesar de que para algunos suponía una molestia comprarlas, escribirlas y por fin mandar todo el lote, para otros era algo que se hacía con agrado.
No puedo entonces dejar de mencionar las visitas a mi librería preferida en estas fechas. Las vacaciones de Navidad comenzaban alrededor del dieciocho de diciembre y llegaba el momento de elegir y comprar las postales. Ni tampoco puedo olvidar el concurso de christmas en el que todos los años participaba. Os prometo que no fallaba, luego era feliz viendo mi tarjeta dibujada en una cartulina y expuesta entre cientos de ellas. ¿Premios?, creo que una vez conseguí el segundo o el tercero, no me acuerdo, pero los veinte duros que me dieron me vinieron muy bien.
Tarjeta de Navidad de 1870
La costumbre comenzó en Inglaterra cerca de 1840 con el inicio del "Penny Post", el primer sistema de servicio postal. Según la leyenda, el británico Henry Cole, quien acostumbraba dejar todo para mañana, comenzó la tradición. En 1843, cuando se encontró atrasado en su correspondencia con sus amistades, decidió corregir la situación enviando saludos navideños al final del año. Se cree que en este año fue diseñada la primera postal navideña.
1843
Su brillante idea dio origen al mercadeo en masa de tarjetas de Navidad, especialmente después de 1860, cuando se desarrollaron mejores métodos de impresión. En Inglaterra la popularidad de enviar saludos navideños creció, cuando se hizo posible enviar tarjetas sin usar sobres sellados, por la mitad del costo de enviar una carta. Louis Prang, un residente de Boston, imprimió y vendió la primera tarjeta de Navidad en Estados Unidos en 1865.
Quizá pocos conocen la primera tarjeta de Papa Noel vestido de rojo que se imprimió para felicitación por estas fechas.
A partir de entonces las imágenes y mensajes se han mantenido relativamente constantes a través de los años; imágenes mostrando escenas de la temporada o historias de Navidad acompañadas de los mejores deseos de felicidad y de un próspero año nuevo.
1949
Ya en épocas menos lejanas, los años sesenta y setenta, el estilo dio un giro y se fue modernizando poco a poco. Aparecieron las postales con brillos y escarcha, en relieve, troqueladas e incluso con música incorporada.
Seguramente la adopción en España de la palabra «christmas», un modernismo muy vituperado entonces, coincide en el tiempo con las primeras felicitaciones de Joan/Juan Ferrándiz, cuyo trazo tierno y alegre revolucionó el panorama navideño en los años sesenta, y amplió su imperio durante décadas.
Quién no ha comprado y recibido alguna vez una tarjeta navideña de Ferrándiz. Sabías que la Navidad estaba próxima cuando en las papelerías aparecían sus monigotes y en el buzón la tarjeta más madrugadora.
Hoy los ordenadores lo hacen ya todo, salvo sentir. Ferrándiz no necesitaba complejas técnicas informáticas para transmitir calidez y calidad a sus populares pastorcillos de mirada brillante y pantalones llenos de remiendos de colores, a sus ángeles descarados y a un zoológico inagotable de ovejas expresivas, conejos ,gorriones, perrillos de raza indefinida, gatos del brazo de los ratones... Ferrándiz tiraba de un humilde lapicero, a ser posible del número 1 o 2, una goma de borrar, tipo nata o Milán, y conseguía transformar un humilde folio blanco en un mundo de sentimientos. Dicen los que tuvieron la suerte de conocer al artista, que lo primero que hacía era pintar las caras: con apenas unos trazos perfilaba los ojos y esas expresiones tan características y tan malamente copiadas por sus imitadores.
Aquellos dibujos, sin técnicas de animación, adquirían el don del movimiento. Las tarjetas, (no así los cuentos: «Mariuca la castañera», «El urbano Ramón», «La ardilla hacendosa») fueron desplazadas por las tarjetas solidarias y el cinismo estético de los tiempos. Pero nadie le ha olvidado y la editorial Destino ha rescatado buena parte de su legado en forma de libro. «La Navidad de Ferrándiz» que nos recuerda cómo fueron tantas navidades españolas y universales, pues su impacto fue internacional a través de sus prolíficos dibujos. El libro es un interesante repaso de imágenes para nostálgicos y para curiosos, que pueden sacar muchas conclusiones. Pero ante todo es un libro para todos los públicos, con canciones, recetas historias ligadas a las tradiciones navideñas españolas. Un desquite póstumo de quien precisamente rompió con la tradición solemne y gótica con la que solían desearse «felices fiestas».
Juan Ferrándiz Castells fue un ilustrador español, especializado en cuentos infantiles y postales navideñas, escultor y escritor de poemas y cuentos para niños. Nació en Barcelona (España) en el año 1918 y falleció en agosto de 1997 a la edad de 79 años.
Mi homenaje a quien durante cuarenta años nos hizo revivir el auténtico espíritu de nuestra Navidad a partir de sus entrañables ilustraciones, llenas de ternura y color.
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