He vuelto a pisar tu tierra dura. Desde lejos las agujas de piedra blanca se elevan con elegancia sin llegar a tocar las nubes. Ahí sigue la joya del gótico, esta vez luce muy clara por el buen tiempo y si escuchas el sonido ronco de sus campanas, oirás la voz de Gil de Siloé que suena como un eco de bienvenida.
Entrar en Burgos es penetrar en el recuerdo. Tenía que cumplir una misión, era algo que llevaba en mente desde hace tiempo. Fue tremendo el dolor que sentí cuando en noviembre encontré la cruz vencida, yacía retorcida entre la piedra llena de musgo y sus nombres casi borrados, como caídos en el olvido. Mi corazón se llenó de dolor, mis ojos completamente nublados no podían leer las letras ennegrecidas por el tiempo y el corrimiento de tierra que hubo dejó desnudos los laterales. Aquello era tétrico y me recordó a una novela de Edgar Allan Poe.
Hoy, después de varios meses de restauración, he vuelto a caminar entre cipreses contemplando el cielo esta vez sin nubarrones y con la mirada pude correr el velo que colgaba entre cirros desperdigados de buen tiempo. Oigo silencios e imagino rostros contentos que agradecidos silban canciones y bailan minuetos.
Todo arreglado de nuevo, un sol espléndido dejaba el brillo cegador que ahora despide la lápida y mientras una lágrima se me escapaba, cerrando los ojos sepulté el suspiro de dolor dentro de mi alma.
Me fui satisfecha a paso torpe y lento y en esa leve paz entre cipreses dejé cerrado todo el infinito.