Voz de mi hija. Los sonidos del silencio

Voz de mi hija. Los sonidos del silencio.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Niebla

 


Noviembre en Madrid siempre ha sido un mes de nieblas. Ya estamos a finales y por el momento no hemos tenido días con este fenómeno atmosférico. Hace falta más frío, humedad y escasez de viento para poder disfrutarlo o padecerlo, porque la niebla influye en la salud, altera el estado de ánimo de las personas y no es amiga de los problemas respiratorios y circulatorios.


 


La niebla, el velo que oculta la imagen de bellos paisajes. Me gusta la niebla, caminar entre ella, sentirla húmeda y pegada, aunque esconda la cara de los tejados, borre la cima de las montañas y empavone el reloj de la torre. Mientras dura es como pasear por el misterio,  pero ese ocultamiento de las formas que no están próximas y que nos llenan de incertidumbre y desasosiego pronto se disipa, levanta y entonces todo vuelve a ser nítido.

 La niebla es comparable a nuestra mente, confusa de pensamiento y a veces demasiado ciega, pero tremendamente iluminada cuando se retira el velo de tristeza que la cubre y una nueva oportunidad comienza. Ya veis, así de generosa es la naturaleza y así de variable es la mente. Mi deseo es que nuestro ánimo no decaiga, que sigamos caminando por la vida si es posible con la nitidez de un amanecer, que en la niebla de los días un rayo de luz penetre hasta el fondo de los sentimientos y que a pesar de la espesura, podamos ver con claridad el camino que aún nos queda por recorrer.



 La niebla es misteriosa, atrayente... enigmática...
Su humedad fría hace que te encojas ante ella, que disfrutes tan solo de lo cercano, como si tuviese la facultad de anular el resto de los sentidos, es silencio, soledad y amor.
Adoro la niebla, con su sensación de indefensión, de incertidumbre. Un fenómeno que la naturaleza nos regala, como tantos otros.

En las noches de noviembre cuando se despeja la niebla, me gusta mirar las estrellas - porque en Madrid hay estrellas- y están todas, algunas vestidas de bruma y otras tan encendidas que casi pueden velarte los ojos.


 

domingo, 13 de noviembre de 2016

Homenaje a Leonard Cohen y su canción más representativa.




Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011


"Y entonces ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento para expresarla, no tenía una canción.
Voy a contarles muy brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Porque era un guitarrista mediocre, aporreaba la guitarra, solo sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, mis colegas, bebiendo y cantando canciones, pero en mil años nunca me vi a mí mismo como músico o como cantante.
Pero un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia, y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz.
Así que me senté allí un rato con los que le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió a darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se veía desde las pistas de tenis, quedamos y establecimos el precio de las clases.
Vino a casa de mi madre al día siguiente y dijo: “Déjame oírte tocar algo”. Yo intenté tocar algo, y él dijo: “No tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?”. Yo le dije: “No, la verdad es que no sé tocar”. “En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada”, dijo él. Cogió la guitarra y la afinó. Y dijo: “No es una mala guitarra”. No era la Conde, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y dijo: “Toca ahora”. No pude tocar mejor, la verdad.
Me dijo: “Deja que te enseñe algunos acordes”. Y cogió la guitarra y produjo un sonido con aquella guitarra que yo jamás había oído. Y tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: “Ahora hazlo tú”. Yo respondí: “No hay duda alguna de que no sé hacerlo”. Y él dijo: “Déjame que ponga tus dedos en los trastes”, y lo hizo “y ahora toca”, volvió a decir. Fue un desastre. “Volveré mañana”, me dijo.
Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas–. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de alguna, manera mejoró. Yo ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía coordinar los dedos para producir el trémolo correcto, conocía los acordes, los sabía muy, muy bien.
Al día siguiente no vino, él no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado.
Yo no sabía nada de aquel hombre. No sabía de qué parte de España procedía. Desconocía porqué había venido a Montreal, porqué se quedó allí. No sabía porqué estaba en aquella pista de tenis. No tenía ni idea de porqué se había quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente.
Pero ahora desvelo algo que nunca había contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de mi gratitud a este país.
Todo lo que han encontrado de bueno en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar. Todo lo que ustedes han encontrado de bueno en mis canciones y en mi poesía está inspirado por esta tierra.
Y, por tanto, les agradezco enormemente esta cálida hospitalidad que han mostrado a mi obra, porque es realmente suya, y ustedes me han permitido añadir mi firma al final de la página".

viernes, 4 de noviembre de 2016

Cipreses


Noviembre, un mes con fama de triste que comienza recordando a los que ya no están con nosotros. Mes que huele a crisantemos, a gotas de niebla y los cipreses se alzan al cielo, mientras a lo lejos se oyen los pasos de don Juan Tenorio.
Lloran los cipreses, sus copas bailan con el viento la canción más triste del otoño y un leve sonido sepulcral vigila el sueño de los muertos. 

Decía Ramón Gómez De La Serna que "un cementerio es una gran botica fracasada", una frase que puede parecer polémica pero que no le falta razón.


 
Entre cipreses caminé al compás del viento y con un movimiento encadenado, desfilaron ante mí escenas del pasado. Entonces, las palabras se congelan y siempre una lágrima se escapa. Aferrada al recuerdo apreté mis manos, cerré los ojos y sepulté el suspiro. Detuve el tiempo cerrando todas las compuertas, y en esa breve paz encerré con siete llaves todo el infinito. 

En noviembre el frío vuelve. Feliz mes.