Cuando se acaba de pasar por un trance desagradable, tratamos de buscar una manera más positiva de ver las cosas, quizá sea conformidad o resignación, pero viene bien pensar que no todo en la vida es malo, que a pesar de todo la bondad existe, es la única inversión que no falla. En filosofía analizando el comportamiento se suele decir que el ser humano es malo por naturaleza. Muchas teorías lo sostienen. Fue Hobbes el que advirtió que en el estado de naturaleza el hombre no es pacífico, sino más bien “un lobo para el hombre” y por lo tanto se une en sociedad con el único interés de sobrevivir. También Kant defendía esta postura, argumentando que es la razón práctica la que obliga al hombre a renunciar a ese estado de guerra y a buscar la paz en sociedad. Y Freud considera la agresividad como innata en el ser humano y dicta que es la cultura la que debe reprimirla, claro que no es de extrañar porque Sigmund Freud no creía en el ser humano, para él solo somos objetos. Pero siempre me hace pensar en dr Jekyll y mister Hyde.
Es cierto que hoy en día, en las sociedades actuales, podemos decir que el mayor enemigo del hombre es el hombre. Somos la única especie que ataca premeditadamente y no por instinto, no se trata de supervivencia ni de defensa propia, nos movemos guiados por intereses egoístas, somos intolerantes y posesivos.
Pero existe gente fantástica, llena de virtudes y bella, muy bella. No hay más remedio que aferrarse a esta teoría para ver la vida de diferente color y buscar siempre el lado bueno y hermoso de todo lo que nos rodea.
Y si no, miremos lo que la vida nos ofrece, veamos la belleza como la marca que suele sonreír con esplendor en la bondad, en la verdad y en el amor que hay en las obras que hacemos.
Apreciado don el de la belleza, cualidad amplia que se muestra variable a nuestros ojos, acorde con la grandeza de todo lo que nos rodea y los sentidos pueden alcanzar.
Es cierto que hoy en día, en las sociedades actuales, podemos decir que el mayor enemigo del hombre es el hombre. Somos la única especie que ataca premeditadamente y no por instinto, no se trata de supervivencia ni de defensa propia, nos movemos guiados por intereses egoístas, somos intolerantes y posesivos.
Pero existe gente fantástica, llena de virtudes y bella, muy bella. No hay más remedio que aferrarse a esta teoría para ver la vida de diferente color y buscar siempre el lado bueno y hermoso de todo lo que nos rodea.
Y si no, miremos lo que la vida nos ofrece, veamos la belleza como la marca que suele sonreír con esplendor en la bondad, en la verdad y en el amor que hay en las obras que hacemos.
La belleza natural, la abstracta, la interna.
La belleza natural de las flores salpicadas de perfume y vestidas de gotas de rocío. De los pájaros, que agitando sus alas entre las ramas saludan al nuevo día. De la tierra, los animales, las plantas, la luz y el calor de los rayos solares que juegan dibujando formas en las montañas. La belleza de los ríos, cuando convierten sus aguas en espejos y su murmullo interpreta la mejor sinfonía, con notas de viento y el compás de los remolinos. La belleza del aire cuando huele a lluvia, a flores o no huele a nada, solo a brisa fresca.
La de la luna, mientras la noche nace entre sombras y vapores de ceniza, la de las estrellas que llenan el cielo de lunares de plata. La belleza del mar, que onda tras onda va peinando la orilla haciendo cabriolas entre la espuma.
La del arco iris, el azul del cielo, el amarillo de las arenas, el rojo del atardecer, el blanco de los almendros, el gris de las tormentas, el negro de la noche, los verdes primaverales y toda una gama de colorido que la naturaleza nos regala con el aroma del cerezo en flor, del tomillo y la lavanda.
La belleza de las nubes, míralas, son como algodones de muchas formas, entre todas sostienen el mundo y son el destino del trueno y del rayo, de la lluvia lenta, de la nieve y el viento. Son todas iguales y a la vez distintas. Míralas, son como las olas del mar y con un gran alma secreta.
La belleza abstracta. Quién no conoce la hermosura de la inocencia, el brillo de una mirada, no se enternece ante la paz de un niño durmiendo y no se estremece con el ritmo de una música romántica. Demasiada belleza a nuestro alrededor...
Existe, sin embargo, otra belleza distinta, más profunda, y mucho más importante. La gratitud, la alegría, el optimismo, ese gusto por vivir para un proyecto, la solidaridad, la fidelidad, la profundidad de una pareja abierta a las flaquezas del otro, la belleza de la paternidad y la maternidad. Son bellezas que no se ven a primera vista, pero son tesoros que brillan con una claridad inmensa.
Ya solo me queda nombrar la belleza de un corazón noble y la más pura de todas, la que nos pasa desapercibida, la belleza del alma que se extiende como una luz misteriosa por todo el cuerpo.
La belleza de las nubes, míralas, son como algodones de muchas formas, entre todas sostienen el mundo y son el destino del trueno y del rayo, de la lluvia lenta, de la nieve y el viento. Son todas iguales y a la vez distintas. Míralas, son como las olas del mar y con un gran alma secreta.
La belleza abstracta. Quién no conoce la hermosura de la inocencia, el brillo de una mirada, no se enternece ante la paz de un niño durmiendo y no se estremece con el ritmo de una música romántica. Demasiada belleza a nuestro alrededor...
Existe, sin embargo, otra belleza distinta, más profunda, y mucho más importante. La gratitud, la alegría, el optimismo, ese gusto por vivir para un proyecto, la solidaridad, la fidelidad, la profundidad de una pareja abierta a las flaquezas del otro, la belleza de la paternidad y la maternidad. Son bellezas que no se ven a primera vista, pero son tesoros que brillan con una claridad inmensa.
Ya solo me queda nombrar la belleza de un corazón noble y la más pura de todas, la que nos pasa desapercibida, la belleza del alma que se extiende como una luz misteriosa por todo el cuerpo.