Se fue rugiendo, esta vez más pronto y sin dejar ni un señal gélida, salvo en las montañas. No puedo decir que haya sido un invierno crudo, al menos el que yo he vivido no me ha dejado ver la blancura que hace años era habitual. No me ha gustado nada este invierno cálido, ni siquiera me ha invitado a tomar ese café que calienta las manos y la punta de la nariz.
Ya están los almendros llenos de florecillas en los paseos y ya vuelven a sonar los tambores que anuncian la Semana Santa. Todo pasa rápidamente y llega sin que te des cuenta. La vida hay que tomarla como viene, sí, eso es, como dice la letra de una canción sesentera.
Y vuelve a oler a torrijas y los escaparates se llenan de figuras de chocolate. Cada estación con sus tradiciones y a mi me parece que el tiempo vuela y se junta el turrón con las monas de Pascua, ¡qué agobio! .
Es bonito cambiar los días grises por los soleados y ver el colorido del verde recién estrenado. Dicen que a las plantas hay que hablarlas, que notan tu presencia y son agradecidas. La primavera casi nos obliga a asomarnos a la ventana de la vida. Son tantas las cosas que nos ofrece que es un placer poder disfrutarlas, porque la vida está llena de color, es una balanza con subidas y bajadas, pero llena de color, es como si alguien muy importante desde arriba hubiera derramado su caja de pinturas. Yo lo llamo Dios, tú puedes llamarlo como quieras.
Las flores rojas color de ti,
se mueven al compás del sol del atardecer
que con sus suaves pétalos
acarician el alma de quien las admira
de quien las ve.
Feliz primavera.
Feliz primavera.