Voz de mi hija.

Voz de mi hija.

martes, 23 de junio de 2020

Aroma a cerezas.


Me asomé a la ventana aquella mañana de final de junio, cuando apenas había amanecido y un sol rojizo pronosticaba un buen verano. Aún había vaho en los cristales y dibujé una flor con los dedos. La hierba vestía de verde y las primeras margaritas asomaban tímidamente entre los tréboles. Me lavé los ojos todavía cegados por el sueño y me sujeté la melena con dos gomas de colores que había comprado al salir de clase, junto con dos barras de regaliz que luego compartiría con mi padre. Le gustaba esa golosina, era y es buena para los ácidos estomacales y refresca el aliento, aunque yo creo que lo tomaba para reducir el consumo de tabaco.

El desayuno estaba preparado y olía a café, bueno, eso creía, pero no era café, eran cereales malteados y las típicas galletas tostadas que mi madre sacaba de la lata todas las mañanas, en vano porque nadie las comía. El desayuno era la primera lucha diaria, en mi familia no había forma de desayunar como es debido, craso error, ya lo sé, pero nos levantábamos con el tiempo justo para no perder el autobús, que venía cargado de colegiales, mochila al hombro y con pinta de no tener ninguna gana de volver a oír la campana del patio, de hacer la fila perfectamente alineada y de entrar en silencio, porque no se permitía hablar en los pasillos. Por el antepatio pasábamos a un hall donde estaban las escaleras y cada cual a la planta donde estaba su clase.
Supongo que a muchos todo ésto os sonará y para otros estará más que pasado de moda, pero no puedo evitar rememorar escenas de aquellos tiempos, los recuerdos son fotografías grabadas en el corazón y parece que solo nos vamos quedando con los buenos y eliminamos los malos, por ejemplo el tener clase los sábados por la mañana, qué faena.

El comienzo del verano burgalés no suele hacer alarde de buen tiempo, el norte siempre sopla al caer la tarde y se agradece en los días calurosos, pero su clima fresco ayuda a fomentar aún más el verde de los jardines y parques. Me encantaba el que tenía aquella casa llena de vida donde crecí. Había infinidad de plantas; un redondo y cuidado seto de florecillas blancas rodeaba cuatro rosales, que por cierto, las rosas parecían de terciopelo cuando brotaban en el mes de junio. Los primeros en salir eran los lirios morados, las frondosas peonías de un color rojo intenso y los alegres pensamientos, que dicen que son las flores del recuerdo, también conocidos por "no me olvides".
Contemplar caléndulas, dalias, petunias, gladiolos y sobre todo las lilas, mis preferidas, era para mí una sensación de bienestar que los años no ha podido  borrar. Aquello se llamaba libertad, yo lo llamaba libertad. A veces, si cierro los ojos, siento el confortable calor de un sol tibio rodeado de  nubes deshilachadas, el mismo de aquellos días de Junio. A veces, solo cuando quiero soñar.

Siempre estoy recordando... pero es que la madurez llama a la puerta demasiado pronto y sin permiso alguno se presenta dejando atrás una larga estela de vivencias irrepetibles. La vida cada año va siendo más corta, cada vez lo tengo más claro.
Cuando las cicatrices que nos va dejando han surcado el corazón y ya hay menos brillo en los ojos, pulsamos el play del botón de la memoria y comenzamos a revivir aquel momento que nos hizo felices, y es entonces cuando echamos en falta acariciar una simple flor, mordisquear una manzana, recorrer los caminos donde aprendimos los colores, las texturas, las imágenes, todo lo que en  definitiva vamos dejando atrás. 

Aquellos meses que ya anunciaban el verano, nada tienen que ver con la actualidad. Nunca había vivido una pandemia, ni visto un desastre semejante. Tardes con todo el tiempo del mundo para sentarse con los amigos, los lunes que tanto nos costaba volver a clase, respirar aire puro o nuestras manos limpias con jabón de lavanda, contrarrestan hoy con un tiempo limitado, conversaciones a distancia, lunes deseando volver al trabajo, rostros tapados filtrando la respiración y manos enfundadas en guantes de cirujano. 

De aquellos rosales brotó una lozana y bonita rosa que la llevo y la llevaré mientras viva en mi corazón. Llegó a mi como un soplo de brisa marina, en un verano burgalés a finales de junio. 
Felicidades hija mía.



Dicen que soy una soñadora
Sí, pero no soy la única.  
Yo solo quisiera volar  
entrar despacio en los sueños
danzar con espejismos,
dormir en caracolas
pintar arco iris
y beber el rocío de una hoja.
Cepillar unicornios
jugar dentro de una ola
probar el sabor de las estrellas
y ahogarme en lágrimas de hadas.
Beber el infinito,
recolectar sonrisas
y sumergirme en un suspiro,
bajo el dulce reflejo de la luna. 
    

Ventana de Junio con aroma a cerezas y sabor a leche malteada.

lunes, 15 de junio de 2020

La mejor edad



Cuál es la mejor edad para vosotros... pensaréis que cada etapa tiene su encanto; algunas personas no le dan importancia al calendario, incluso prefieren ignorar su fecha de nacimiento, otras en cambio lo celebran y son positivas cuando dicen que un año más es otra nueva oportunidad que te da la vida.
Lo que sí es cierto es que cada cual lo vive de una manera distinta y que a medida que pasa el tiempo vamos cambiando, igual que nuestras hormonas, suben y bajan como un tiovivo.

Nunca había vivido una pandemia, ni visto un desastre semejante. Dias con todo el tiempo del mundo para sentarse con los amigos, los lunes que tanto costaba volver a nuestra rutina, respirar libres, estrechar nuestras manos con aroma a jabón de lavanda, contrarrestan hoy con un tiempo limitado, conversaciones a distancia, lunes deseando volver al trabajo, rostros tapados filtrando la respiración y manos enfundadas en guantes de cirujano. Todo ello nos están haciendo meditar, dar la importancia que merece cualquier momento, por nimio que sea, que antes pasaba desapercibido y pensar, sobre todo pensar que la vida pende de un hilo y que el mundo cambia en la fracción de un segundo.
Curiosamente después de cierta edad solemos ser selectivos con la gente que nos rodea y empezamos a ser quienes realmente somos.
La mejor edad es cuando dejamos de cumplir años y comenzamos a cumplir sueños... la verdadera madurez está en callar, sonreír, dar la vuelta y cambiar de camino. Porque donde la ignorancia habla, la inteligencia calla.
El éxito de un hombre o de una mujer, depende mucho de la pareja que elige para vivir a su lado. Madurar es aprender a querer, extrañar en silencio, recordar sin rencores y olvidar despacio. Madurar es aprender a estar solo y elegir no estar con cualquiera, a pesar de la soledad. Lo que te hace más ríco no es lo que tienes en el bolsillo, sino lo que tienes en el corazón...
El título más valioso que puedes obtener en esta vida  es el de buena persona y no lo conceden las universidades, lo otorgan los valores.
Cada persona que conocemos  es una hoja que enriquece nuestro árbol. Algunas se caen con cualquier viento, otras se pierden con el tiempo y algunas no se despegan jamás.
No lamentes envejecer, es un privilegio negado a muchos. Sumar canas, arrancarle hojas al calendario y cumplir años es un motivo de alegría por la vida. La madurez es el arte de vivir en paz, con lo que sabes que es imposible cambiar.
La verdadera vejez comienza cuando los recuerdos pesan más que las esperanzas. La vida no es eterna para nadie, es un regalo, una aventura, una celebración, un hermoso viaje, disfrútalo, todo lo que damos hacia afuera es un reflejo de lo que tenemos dentro.. 
Madurar es darte cuenta que el amor de tu vida no es una princesa, ni un príncipe de cuento, sino una persona perfectamente imperfecta. Ámate a ti mismo con todos tus defectos, tus cicatrices y tus historias dolorosas. Deja de añorar lo que fuiste y comienza a aceptar lo maravilloso que eres hoy. Según van pasando los años tenemos menos ganas de llorar por tonterías y en cambio más ganas de reír.
Nos damos cuenta que maduramos cuando la felicidad comienza al cerrar la puerta de la casa, cuando todo lo que deseamos y necesitamos, está cerquita, "nuestra familia".