Precioso panorama el que presenta un paisaje cubierto de nieve. Los árboles parecen llorar lágrimas de cristal bajo la gélida temperatura de las mañanas de invierno . El astro rey intenta regalarnos un poco de calor en un cielo gris plomizo, le cuesta mucho trabajo esquivar las nubes pero al final termina por asomarse mirándose en el espejo de la escarcha.
Mientras la blanca nieve amortigua la prisa con su silencio, la ciudad trata de seguir su ritmo habitual a pesar de las dificultades que este fenómeno meteorológico conlleva.
Una vez escribí sobre la niebla, me gusta ese velo húmedo que nubla la vista; ahora con los fríos de enero, el mes que me vio nacer, es un placer admirar el manto algodonado que en algunas partes nos deja la nieve. Cierto también que es incómoda y que trae consigo una larga estela de inconvenientes, pueblos aislados, carreteras cortadas y no digamos ya el caos que se arma en las grandes ciudades donde nunca acostumbra a nevar, lo que para unos es un juego o un regalo de la naturaleza, para otros se convierte en una pesadilla. Tráfico y nieve suelen ser incompatibles.
Pero a pesar de todo las vistas y el paisaje son preciosos ¿o no?. Creo que he dicho más de una vez que me gusta el invierno, me gustan las prendas de abrigo, el ambiente recogido de cafés y restaurantes con acogedoras chimeneas y ricos platos típicos de la estación. No hay nada más confortable que pasar un fin de semana en un refugio de montaña, viendo caer los copos mientras uno descansa cerca del fuego.
En muchos lugares ya no nieva como antes y cuando lo hace dura el tiempo que la sal y las máquinas quita nieves lo permiten.
Hay quien dice que es mejor vivir el presente y es lo más acertado, pero hay ocasiones en las que recordamos vivencias que nos han dejado un buen sabor y que se quedan grabadas en la película de nuestra vida. Me crié en una ciudad muy fría pero preciosa, donde nadie se escapaba de una buena nevada todos los inviernos.
Pues con vuestro permiso:
Mi homenaje a un panorama blanco y sereno que pocas veces he podido volver a contemplar, desde mi niñez y adolescencia.
Vista del Puente de S. Pablo y Arco de Sta María. Burgos.
Cartuja de Miraflores. Burgos
Voy a convertir ahora mi habitación en una cabaña de madera dura y resistente. La chimenea está salpicando el ambiente con miles de tonalidades rojas, los troncos se desmoronan bajo los abrazos que les da el fuego y sentada en una butaca azul escribo en este diario que es mi blog. Me gusta escribir y recordar a la vez. Escribir es para mí poner en orden ideas y pensamientos, palabras que mis dedos transmiten con la mayor sensibilidad posible.
Me gusta escribir lo que siento. En días fríos como éste los recuerdos de mi niñez afloran sin remedio. El calor de una estufa de serrín mientras detrás de la ventana veía caer los copos de nieve, el aroma a chocolate recien hecho o el bote de Cola Cao encima de la mesa camilla.
De nuevo me acurruco en este sillón azul como cuando era niña y me vuelvo a descalzar para calentar mis pies helados.
Aquellos inviernos largos y fríos de Burgos, de la vieja Castilla, no dejaban de tener su encanto.-"Está fría la mañana, la calle parece una alfombra blanca. No hay todavía ninguna pisada y da mucha pena mancharla"....
Al instante una pala plateada rompía el silencio y mi padre apartaba la nieve a ambos lados para hacerme el camino de ida a clase, cuando apenas había despuntado el alba.
Yo tenía entonces ocho años.
- Díme el peso de un copo de nieve, preguntó un pajarito a una paloma del bosque.
- Nada, ni un ápice.-
Si eso piensas, debo contarte una historia maravillosa, dijo el pajarito negro:
Me posé en la rama de un abeto, cercana al tronco, cuando empezó a nevar -no densamente en una rabiosa ventisca, no- sólo como en un sueño, sin herida alguna ni violencia. Como no tenía nada que hacer, fui contando los copos mientras caían sobre las hojas de mi rama. El número de copos fue exactamente de 3.741.953. Cuando cayó sobre la rama el siguiente copo (nada de peso, ni un ápice, como tú dices) la rama se rompió. Dicho ésto, el pájaro negro echó a volar.
La paloma, una autoridad en la materia, se puso a reflexionar y, pasados unos minutos, se dijo:
"Quizá tan sólo haga falta la colaboración de una persona más para que la solidaridad se abra camino en el mundo."
K. Kauter