Después de casi diecisiete años que llevo con el blog, no me resisto a dejar de escribir una vez más sobre el otoño, mi estación favorita, que para algunos sin duda, será sombría, por los días cortos en los que el sol se esconde pronto y para otros un alivio después de un verano bastante caluroso.
Me asomo a la ventana del tiempo y veo que ya no hay rocío en mi hierba, las hojas secas y arremolinadas dibujan recuerdos bailando al compás del viento. Una hilera de árboles desnudos, retorcidos y enjutos, claman ayuda al cielo alzando las ramas como brazos desmembrados. En sus troncos no existe ni un ápice de vida, ni un comienzo de brote.
Una Naturaleza despojada de su ropaje estival, esperando las primeras heladas, las primeras nieblas y en la cima de las montañas ya se observa el cándido manto. Veo desde mi ventana un horizonte borroso por nubes henchidas de lluvia. A partir de ahora yacerá lo que antes floreció, porque lo viejo tiene que morir, para que la tierra se renueve y vuelva de nuevo la vida.
En las noches de otoño