Estrenamos verano, este año se ha hecho esperar y muchos se alegrarán de ver por fin un sol radiante, las terrazas de los bulevares llenas y disfrutarán de un merecido descanso. No sé las veces que he dicho lo mal que soporto el calor, las ciudad me parece descuidada, la gente suele colgar la elegancia en el armario y prefiere ir ligera de ropa buscando la comodidad por encima de todo.
Sin embargo me gusta el cielo del verano, a veces azul y a veces gris por la calima. No sé cuántos cielos veraniegos he mirado ya, demasiados, y siempre aprovecho el aire cálido y suave que es capaz de traer a mi memoria escenas y momentos entrañables. Todos guardamos veranos inolvidables, veranos que dejaron un buen sabor de boca, que nos llenan de recuerdos, de experiencias y de trazos imborrables que a muchos nos marcaron un destino. En verano se ganan amores y también se pierden. Los que se ganan hay que conservarlos en paños de oro, es la única manera de que sigan en nuestro corazón sin que el calor del estío los marchite.
Los que perdemos, se pueden recuperar sin esfuerzo mediante la voluntad y la paciencia. Otros en cambio se nos escapan por negligencia o porque no supimos darles importancia en su momento y se han quedado anclados en los espacios más recónditos del alma.
Me gusta mirar al cielo en verano. Miles de estrellas brillan como clavos de plata y en mis sueños sigo dibujado el perfil de muchos rostros queridos entre ellas.
Me apasiona volver al mar, dejarme mecer por las aguas una vez más entre susurros de viento y azotes de rompeolas. Volver de nuevo a mi Cantábrico cuando aún la brisa sigue siendo fría y la arena se esconde al atardecer cuando sube la marea. Me gusta saborear su soledad, oír el rugido del oleaje y los chillidos de las gaviotas, mientras lentamente se van alejando los pocos rayos de sol que el ocaso se lleva.
Me apasiona volver al mar, dejarme mecer por las aguas una vez más entre susurros de viento y azotes de rompeolas. Volver de nuevo a mi Cantábrico cuando aún la brisa sigue siendo fría y la arena se esconde al atardecer cuando sube la marea. Me gusta saborear su soledad, oír el rugido del oleaje y los chillidos de las gaviotas, mientras lentamente se van alejando los pocos rayos de sol que el ocaso se lleva.
En las noches de verano soñamos los soñadores, los que de alguna manera tenemos la imaginación demasiado cargada de ilusiones. Soñaba de niña cosas inverosímiles a veces y otras demasiado complicadas que me llevaban incluso a tener miedo a dormir. Hay una terrible experiencia por la que muchos hemos pasado en nuestra infancia, los llamados "terrores nocturnos" que muy poco se habla de ellos porque ocurren en una etapa tan prematura que el propio tiempo se encarga de disiparlos y que son más frecuentes en esta estación.
Las noches de verano incitan a meditar. La mente es un instrumento, una herramienta. Está ahí para ser usada en una tarea específica, y cuando completas esa tarea, la sueles dejar descansar. Yo diría que entre el 80 y 90 por ciento del pensamiento de la mayoría de la gente, es inútil y repetitivo y teniendo en cuenta su naturaleza disfuncional y a menudo negativa, buena parte de él también es dañino. Observa tu mente y te darás cuenta de que es verdad. El parloteo mental produce un serio desgaste de nuestra energía vital.
El pensamiento compulsivo es casi una adicción, sientes que no puedes dejar de pensar porque al fin y al cabo estamos identificados con él; creemos que si no pensamos dejamos de ser: "Cogito ergo sum"-Pienso, luego existo-
Se dice que para liberarse hay que vivir el momento presente, olvidar el pasado y no dar importancia al futuro, ésta es la clave de la verdadera liberación, pero no podemos encontrar el momento presente mientras estemos pendientes de nuestra mente y librarnos de ella parece imposible.
Es complicado.... No quisiera perder mi capacidad de análisis y discriminación. No me importaría aprender a pensar con más claridad, más enfocada, pero por nada del mundo quisiera perder la mente. El don del pensamiento es lo más precioso que tenemos. Sin él sólo seríamos otra especie animal.
Seguir mirando el cielo del verano es inevitable, buscar caras, pintar luceros o símplemente elevar hasta arriba el más imposible de los deseos. Soñar con aquellos días que fuí feliz y que ahora les pongo nombre para serlo siempre, para hacer de cada noche de verano un sueño interminable, más allá del alba, hasta que me abrase los pies bajo las estrellas.