Voz de mi hija. Los sonidos del silencio

Voz de mi hija. Los sonidos del silencio.

martes, 24 de septiembre de 2024

Te venceré.


Hubo un tiempo que
 
Pensé que no podía... y no pude
Creí que no sabía nada... y nada supe
Pensé que no tendría fuerzas... y flaqueé
Creí que era demasiada la carga... y me caí
Subestimé mi capacidad... y no fui capaz.
 
Luego aprendí...
 
Que si creo que puedo, puedo
Que sé más de lo que ni siquiera imagino
Que tengo las fuerzas que decido tener
Que no hay carga que mis hombros no puedan soportar y
Que puedo llegar a donde yo me lo proponga.
 

Y venceremos al cáncer, no tiréis la toalla.

martes, 10 de septiembre de 2024

Septiembre de nuevo.






Septiembre. Llueve en Castilla, cuando la tarde languidece y las nubes se reúnen para formar la típica tormenta de final de verano, una sensación de melancolía y a la vez una agradable tranquilidad me va sumergiendo en lejanos recuerdos. Perdón pero me gusta recordar, me sienta bien después de haber pasado por un oscuro túnel siguiendo el camino de la sanación.
No me importa decir ese vocablo tan temido por muchos, la palabra cáncer arruga el alma, estigmatiza y hay que evitar eufemismos. Considerarlo una mera enfermedad, muy grave, pero nada más que eso, no una maldición, no un castigo, ni mucho menos un motivo de vergüenza, sin un significado y necesariamente una sentencia de muerte. Ya han pasado tres años y sigo aquí y es inevitable sentir un cierto sabor a nostalgia de aquellos septiembres en los que comenzaban los primeros escalofríos. Asomada a la ventana de mi cuarto, borraba el vaho que se formaba en los cristales para ver la hierba seca, tan seca, que parecían hilachos de lana vieja cubriendo el jardín. Los rosales ya estaban podados, se hacía antes del invierno para su floración a principios de junio y el columpio, mi columpio azul, aquel que me hizo mi padre partiendo de un cajón de madera, solo lo balanceaba el viento al compás del leve crujido de sus cuerdas.

Aquello me entristecía porque los veranos burgaleses eran bastante cortos y los días calurosos se contaban con los dedos de una mano. Tenía que ir pensando en guardar mi bicicleta, también azul, y prepararme para la próxima llegada del nuevo curso. Otra vez los madrugones, el autobús, el uniforme, la pila de libros y el frío, el frío seco de la vieja Castilla.

Los cambios de estación son cambios de vida, entonces eran como iniciar una nueva etapa llena de oportunidades y expectativas. Aquellos finales de verano solo el tiempo y el paso de los años los hace distintos. Entonces miraba el jardín desnudo de flores, hoy tengo otra clase de flores que el tiempo nunca marchita. Necesitan cuidados especiales y a veces cuesta trabajo sacarlas adelante, pero encuentro en ellas la mejor recompensa, verlas sanas y frondosas hasta ahora.


Escribo porque me lo habéis pedido, casi se me olvidan las palabras y cada vez me cuesta más. Quizá ésta sea la mejor terapia para mi, por eso con lapsus más o menos largos, lo intentaré.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Adiós agosto.




Verano caluroso como todos, tampoco este año nos hemos librado, fuego en las calles, gente medio desnuda, terrazas llenas y caras, todo ya conocido para los que no vivimos en el litoral, si a ésto le juntamos que para mi ha sido un tanto complicado, nada nuevo como era de esperar. Unas cortas vacaciones, porque mi estado emocional aún sigue buscando la luz que necesita y que ni el propio mar ha logrado despejar esos fantasmas anidados en lo más íntimo del pensamiento. Tuve que cortar por la mitad mis días de asueto, pero no tiene importancia, creo que ahora casi nadie extraña no viajar, recorrer el mundo, si se puede, siempre es una manera de liberarse y de aumentar nuestra cultura.
Extrañamos más una charla, un beso, un café, un abrazo. La vida es así de simple y es necesario ir allá donde nos necesitan y yo siento que todavía mis conocimientos siguen siendo válidos, casi iguales que cuando recorría los pasillos oscuros en las noches de guardia. 
Pienso que la grandeza de la vida no consiste en no caer nunca, sino en levantarnos siempre.
Por nada del mundo quisiera ser negativa. El don del pensamiento es lo más precioso que tenemos, sin él sólo seríamos otra especie animal, por ello hay que saber usarlo escogiendo solo lo positivo.

Asomarme al cielo del verano para mi es suficiente, buscar caras, pintar luceros o simplemente elevar hasta arriba el más imposible de los deseos. Soñar con aquellos días de mi infancia que fui feliz y que ahora les pongo nombre para serlo siempre, para hacer de cada noche de verano un sueño interminable, más allá del alba, hasta que me abrase los pies bajo las estrellas.