Verano caluroso como todos, tampoco este año nos hemos librado, fuego en las calles, gente medio desnuda, terrazas llenas y caras, todo ya conocido para los que no vivimos en el litoral, si a ésto le juntamos que para mi ha sido un tanto complicado, nada nuevo como era de esperar. Unas cortas vacaciones, porque mi estado emocional aún sigue buscando la luz que necesita y que ni el propio mar ha logrado despejar esos fantasmas anidados en lo más íntimo del pensamiento. Tuve que cortar por la mitad mis días de asueto, pero no tiene importancia, creo que ahora casi nadie extraña no viajar, recorrer el mundo, si se puede, siempre es una manera de liberarse y de aumentar nuestra cultura.Extrañamos más una charla, un beso, un café, un abrazo. La vida es así de simple y es necesario ir allá donde nos necesitan y yo siento que todavía mis conocimientos siguen siendo válidos, casi iguales que cuando recorría los pasillos oscuros en las noches de guardia.
Pienso que la grandeza de la vida no consiste en no caer nunca, sino en levantarnos siempre.
Por nada del mundo quisiera ser negativa. El don del pensamiento es lo más precioso que tenemos, sin él sólo seríamos otra especie animal, por ello hay que saber usarlo escogiendo solo lo positivo.
Asomarme al cielo del verano para mi es suficiente, buscar caras, pintar luceros o simplemente elevar hasta arriba el más imposible de los deseos. Soñar con aquellos días de mi infancia que fui feliz y que ahora les pongo nombre para serlo siempre, para hacer de cada noche de verano un sueño interminable, más allá del alba, hasta que me abrase los pies bajo las estrellas.