Preciosos cipreses
Altos y espigados
Con su verde elegancia
Levantan sus copas
Hacia los cielos grises
Tristes y nublados.
Solitarios cipreses
Perfectamente alineados
De día dan sombra a los vivos
De noche son cobijo
De almas y cuerpos enterrados.
Manos heladas llevan crisantemos
Ojos llorosos recorren las losas
Bocas selladas por el dolor
Una plegaria se oye a lo lejos
Noviembre abre sus puertas
Y de corazones heridos
Se llenan los cementerios.
Escuchad! Se oyen golpes en la puerta del otoño, golpes a puño cerrado, es el Comendador que ya está aquí bien allegado. La apagada voz de Don Juan Tenorio, casi en el olvido, reclama entrar en la gran comedia de la vida.