De nuevo damos la bienvenida a Septiembre que aún conserva sabor a verano. Poco a poco los colores azules y los aires calientes se irán apagando y una vez más abriremos las puertas al otoño y entonces cambiará totalmente el decorado, un decorado que siempre me ha parecido especial: tonos dorados, suelos rojizos y frescos vientos que jugarán a desnudar las ramas de los árboles.
Parece que fue ayer cuando la casa que tengo en el sidebar se llenaba de hojas, por las noches ya refrescaba y a mi me entraba una congoja extraña cuando tenía que sacar mi uniforme de colegiala del armario, probar si había crecido y la falda me quedaba un poco corta. Y asi era, siempre tenían que bajármela porque en tres meses mi cuerpo había dado otro" estirón". Entonces no me gustaba el final del verano, supongo que como a muchos, pensar en volver a madrugar y estar pendiente del autobús a lo largo de todo un curso, no resultaba agradable. Desde la casa se veía la parada, de momento vacía y pronto la fila de colegiales cargados de libros sería interminable.
Eran y siguen siendo tiempos que invitan a la reflexión.
Cuando la vista llega a contemplar una imagen así, no resulta difícil dejar atrás las preocupaciones y pensar solamente en la tranquilidad que nos ofrece la Naturaleza. Quién no se ha preguntado dónde se esconden las nubes cuando llega la noche, qué habrá detrás de ellas y quién no se ha asombrado del intenso color azabache que tiñe el ocaso.
El verano en Madrid está siendo especialmente seco, solo hemos tenido alguna tormenta aislada y ya se va echando de menos el frescor de un poco de agua.
Hay momentos en los que necesito que la lluvia moje mi cara, que empape mis cabellos y deje el sello de sus gotas por todos los rincones de mi cuerpo.
Después, es un placer cobijarme bajo un techo, mirar a través de los cristales de una ventana acompañada de una taza de café, e ir saboreando los pensamientos que me impulsan a meditar sobre algunos temas a los que resulta imposible encontrar una explicación.
Si se pudiera fotografiar el alma ... ¿ cómo sería la mía ? ... dicen que la cara es el espejo de ella. Puede que así sea ... hay caritas preciosas, con un gesto dulce, pero hay otras que tienen cosida la comisura de los labios, no sonríen, les cuesta demasiado regalar un gesto amable, aún sabiendo que la sonrisa es el único lenguaje del corazón.
El alma tiene que ser un reflejo de nuestro estado de ánimo. Si nuestro sentimiento amanece nublado, el alma se vuelve opaca por la tristeza. Si hay palabras amargas, el alma no puede disimular ni fingir su enojo. Cuando el corazón está angustiado y la mente demasiado agobiada, seguro que las lágrimas asoman sin piedad en ella. Sin embargo cuando la alegría y la felicidad nos acompañan, el alma debe sentirse en la paz más absoluta.
Y sigo reflexionando ...
¿Cómo será el alma? ... Sería fantástico poder pintarla y alguna vez , como en aquel cuento que escribí, ya lo he intentado. Dibujaría un boceto de una imagen vestida de blanco, con una palidez luminosa, ¡ah! y le pondría silueta de mujer, porque no sé... pero creo que debe ser una gran dama de largos cabellos, tez delicada y pies descalzos que flota ligera en el aire y juega a subir por encima de las nubes.
Pero siempre que lo intento su perfil se borra y se esfuma. Y es que el alma, amigos, nunca podrá mostrarse, tiene ya su lugar destinado: el escondite privilegiado de nuestro maravilloso interior y protegida además por el sentimiento y la conciencia.
Son recuerdos y reflexiones en solitario que a veces deseo compartir cuando se aproxima el final del verano.
"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada."
Gustavo Adolfo Bécquer.